La dieta mediterránea, ¿un antidepresivo natural?

El estilo de vida mediterráneo es la envidia para muchos habitantes de otras latitudes. Un clima agradable, gente sociable y buenos alimentos. En este último punto se sostiene la famosa dieta mediterránea. Lejos de ser un eslogan vacío, diversos estudios científicos realizados a lo largo de los años confirman lo saludable de nuestro modelo, tal y como nos recuerda la revista Muy Interesante en el artículo que reproducimos a continuación. Las claves: abundantes alimentos de origen vegetal, pocas grasas saturadas, cereales integrales, pescados, frutos secos y, por supuesto, nuestro oro líquido, el aceite de oliva virgen extra. Todo ello en cantidades justas y sin abusar. Esta sencilla receta parece esconder numerosas ventajas para nuestro organismo. Ahora las bondades de la dieta mediterránea se evalúan en otra línea de investigación, la que busca relacionar el efecto de la dieta en la salud mental.

Un equipo de científicos coordinado por Natalie Parletta, de la University of South Australia, ha mostrado cómo un grupo de personas enfermas de depresión mejoraban sus síntomas tras aplicar cambios dietéticos saludables en sus vidas, siguiendo una pauta dietética de estilo mediterráneo y complementándola con aceite de pescado (rico en ácidos grasos omega-3).

Se trata de uno de los primeros ensayos controlados aleatorios de esta clase, en el que participaron 152 adultos con depresión, de entre 18 y 65 años de edad. El grupo de personas que incorporó la dieta informó de una mayor reducción de los síntomas depresivos respecto del grupo de control (que no realizó ningún cambio en sus hábitos alimentarios), así como una mejora en las puntuaciones de la calidad de vida después de tres meses tras su cambio dietético.

Una de las posibilidades explicativas, actualmente en investigación, que barajan los científicos, es que la relación esté vinculada con el efecto de la dieta en la microbiota intestinal (el conjunto de microorganismos vivos que tenemos alojados en los intestinos), cuya alteración puede provocar distintas enfermedades, además de cambios en el sistema inmunitario y, según la evidencia emergente, en la modulación de las interacciones entre los microbios que viven en simbiosis en nuestro interior, el intestino y el cerebro (en inglés, brain-gut-microbiome, BGM).

Como siempre ocurre en ciencia, la cautela es necesaria antes de sacar conclusiones. Que los pacientes hayan mostrado mejoría tras aplicar la dieta no significa, necesariamente, que la dieta mediterránea sea un antidepresivo. Ese punto no puede afirmarse ni desmentirse por ahora, de modo que es pronto para saber de qué manera influye la dieta en los síntomas de los pacientes de enfermedades mentales, o si es capaz de ayudar a prevenir trastornos psiquiátricos. No obstante, el campo de estudio que se abre es muy prometedor.

 

La ciencia detrás de la dieta

El concepto de dieta mediterránea tiene su origen en la difusión periodística de los estudios que realizó el famoso el fisiólogo estadounidense Ancel Keys a partir de la década de 1950.

Keys, considerado uno de los padres fundadores de la higiene fisiológica, se dedicó a estudiar la epidemiología de la incidencia de enfermedades cardiovasculares y su relación con el consumo de grasas saturadas y los niveles de colesterol.

Analizó los modelos nutricionales de los países mediterráneos, comparándolos con los hábitos de alimentación de otras regiones del mundo, y descubrió que los países donde se consumían más grasas saludables, así como una buena cantidad de verduras, legumbres y frutas, presentaban una incidencia menor de enfermedades cardiovasculares.

Investigaciones posteriores no solamente han confirmado los beneficios de protección contra enfermedades coronarias de estas dietas, sino que han descubierto que son ricas en antioxidantes, contribuyendo a contrarrestar el proceso de envejecimiento celular y disminuyendo las probabilidades de padecer ciertos tipos de cáncer.

La dieta mediterránea también gana frente a las meras dietas bajas en grasas, pues no se trata tanto de eliminar la ingesta de grasa, algo imposible ya que es necesaria para vivir, cuanto de consumir la grasa adecuada y en sus proporciones idóneas.

El truco se esconde, principalmente, en las propiedades de las grasas monoinsaturadas contenidas en el aceite de oliva y los ácidos grasos esenciales poliinsaturados (omega-6 y omega-3).

 

Un tesoro en peligro

La dieta influye en nosotros mucho más allá del aspecto que luciremos en la playa este verano. Los desequilibrios metabólicos, la esperanza de vida, el sobrepeso, una larga lista de enfermedades que podríamos padecer en el futuro y hasta la expresión de determinados genes relacionados con los accidentes cerebrovasculares están vinculados a la alimentación.

Pero la dieta mediterránea es más que los alimentos que la componen, es un estilo de vida que apuesta por comer con calma, sin excedernos en las calorías, variando las fuentes de los nutrientes y sin abusar del tentador reclamo de la industria de comida ultraprocesada y la hostelería fast food. También el ejercicio físico es parte del plan.

Debemos prestar atención a lo que nos llevamos a la boca cada día, pues sin darnos cuenta estamos haciendo medicina preventiva con nuestras rutinas. Prevenir es mucho más rentable, para nosotros y para la sociedad, que curar.

Las pautas alimentarias para envejecer con la mayor salud posible, siguiendo la dieta mediterránea, nos resultan familiares: preparar platos con la mayor cantidad de ingredientes frescos, con poca sal y poco azúcar, mucha fruta, legumbres, verduras y pescado azul. Nada nuevo, lo que llevamos haciendo durante tanto tiempo. De nosotros depende mantener las buenas costumbres.

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